¿Por qué los bebés amamantados suelen tener en el futuro una alimentación más variada y saludable?
Es un hecho que las sociedades actuales industrializadas tienen un grave problema frente a la prevalencia de la obesidad y, en particular, España se encuentra entre los países con mayor obesidad infantil en el mundo. Uno de los factores es la alta disponibilidad de alimentos superfluos y, algunas veces, el desconocimiento por parte de los padres acerca de las propiedades nutritivas de los alimentos o de cómo hacer que sus hijos elijan y disfruten alimentos más saludables. En un artículo anterior, comentamos cómo influye el comienzo de la alimentación complementaria en el desarrollo de las preferencias; en este caso, profundizaremos en un paso anterior: cómo la lactancia interviene en el comienzo del desarrollo de las preferencias por determinados sabores y texturas y cómo puede esto impactar a largo plazo en la predilección por alimentos más o menos sanos e incluso en la auto-regulación en cuanto a ingesta calórica, a la hora de decidir cuánto y qué comer.
Nos referimos al “desarrollo de las preferencias”, ya que la predilección por un alimento u otro no es algo inamovible, sino un proceso dinámico a lo largo de la vida, pero que se define en gran modo en la infancia. Es así que las prácticas de los padres en cuanto a la alimentación serán muy importantes en este proceso, que a la larga determinará la relación de ese niño frente a los alimentos por el resto de su vida. De hecho, la primera decisión importante en este desarrollo, será si alimentar al bebé con lactancia materna o con leche de fórmula; veremos por qué, pero comencemos por el principio.
Venimos al mundo con algunas preferencias ya determinadas genética y evolutivamente:
- la predisposición a preferir lo dulce y rechazar lo amargo, porque como toda especie estamos programados para buscar nutrientes y en la naturaleza “dulce” significa “calórico” y en general los venenos en la naturaleza tienen sabor amargo;
- la predisposición a rechazar lo nuevo (neofobia) y preferir lo conocido, para protegernos de potenciales tóxicos desconocidos; y
- la predisposición a “aprender” preferencias asociando alimentos con contextos (“me gusta lo que como en casa de la abuela”) y asociando las consecuencias de comerlos (por ejemplo el efecto saciante de las grasas, en general gustan más los alimentos enteros que los desnatados).
Pero las preferencias innatas van a ser modificadas por las experiencias pre y post natales, el mecanismo de “aprendizaje”, la exposición de un individuo a diferentes estímulos sensoriales (sabores, olores, texturas) contribuirán a su patrón único de preferencias, ya que la exposición repetida a un sabor determinado aumenta su familiaridad y resulta en una mayor aceptación de dicho sabor.

Se ha demostrado que las primeras experiencias sensoriales, las primeras exposiciones a sabores y olores que tendrán impacto en el desarrollo de las preferencias se producen en el útero, durante la ingestión y olfacción del líquido amniótico y más adelante durante el amamantamiento.
Algunos de los sabores de los alimentos que come la madre llegan al feto o pasan a la leche materna. Pero no solamente lo proveniente de la dieta tiene un efecto en la etapa prenatal. Se ha comprobado que los bebés de madres que vomitan mucho durante el embarazo tienen preferencias más marcadas hacia el sabor salado, y que los niños con peso más bajo en el nacimiento muestran mayor preferencia por este sabor ya desde los dos meses.
Muchos gustos específicos de ciertas culturas (por ejemplo picantes en México, ajo en la cultura mediterránea) tienen su origen durante la gestación y la lactancia. El aprendizaje de sabores, olores y el desarrollo de las preferencias continúa inmediatamente luego del nacimiento como consecuencia de la exposición a la leche humana o a la de fórmula. Evidentemente, las experiencias en cuanto sabores que tendrá un bebé amamantado, que recibe la exposición a múltiples percepciones que le llegan de la dieta variada de la madre diferirán drásticamente de las experiencias de un bebé alimentado con fórmula, cuyo sabor, olor y textura, permanecerán constantes durante sus primeros seis meses de vida. Y es que, si nos paramos a pensar por un momento en cómo debe ser alimentarse con leche artificial, no será difícil imaginar lo poco apetecible de esa dieta que, aunque esté nutricionalmente equilibrada, no deja de ser absolutamente monótona y poco estimulante. La exposición pre-natal y post-natal temprana a sabores y olores provenientes de la dieta de la madre sirven como transición natural: de la vida fetal al amamantamiento y de éste al inicio de la alimentación complementaria, un proceso que determinará la relación como adulto con los alimentos y que es un continuo.
La evidencia científica indica que la composición en compuestos sápidos y aromáticos del líquido amniótico y de la leche materna es muy similar cuando la madre come el mismo tipo de alimentos durante el embarazo y la lactancia; por lo tanto, la leche materna sirve como puente entre las experiencias sensoriales (de sabor y olor) en el útero y las que tendrá el bebé cuando se le introduzca la alimentación complementaria. El hecho de que pasen sabores y olores a la leche materna tiene muchas veces connotaciones negativas, y se suele decir a las madres que «cuiden lo que comen, pues puede pasar a la leche», pero por el contrario, este fenómeno es algo planificado por la naturaleza para que los bebés se vayan adaptando a la alimentación sólida que vendrá después.
La evidencia señala que los bebés alimentados con lactancia artificial estarían menos abiertos a la aceptación de alimentos sólidos variados que los alimentados con lactancia materna. Se ha observado en numerosos trabajos científicos, que la exposición temprana a una amplia variedad de sabores puede mejorar a largo plazo la relación con los alimentos y lleva más frecuentemente a tener una dieta variada, ya que genera niños más dispuestos a probar nuevos alimentos. Por ejemplo, se ha evidenciado una menor aceptación de frutas y verduras en niños alimentados con fórmula en comparación con niños amamantados, a quienes sus sabores les eran familiares, provenientes de la dieta de la madre durante la lactancia. Las madres que tengan dietas más variadas y equilibradas mientras amamanten estarán favoreciendo que sus hijos acepten luego más fácilmente alimentos saludables.
En cuanto a las leches artificiales, aparte del hecho de no presentar fuentes de estímulo variadas, pueden influir en las preferencias futuras diferentemente según el tipo de fórmula. En particular, los bebés alimentados con leches hidrolizadas tienden a preferir sabores salados, ácidos y amargos con más frecuencia, que podrían asociarse a un consumo más frecuente de snacks o productos preparados.
Por otra parte, durante los primeros seis meses del bebé no se recomienda ningún otro alimento o bebida aparte de la leche. La administración de agua azucarada, infusiones endulzadas, o el agregar al biberón un edulcorante, aparte de favorecer la caries, predeterminaría una mayor predisposición al consumo de dulces en el futuro.
A diferencia de la lactancia artificial, la lactancia natural también prepara al niño para aceptar diferentes texturas. La leche materna varía en consistencia: entre madres, entre tomas e incluso en una misma toma (la leche se va haciendo más viscosa a lo largo de la toma), proveyendo al bebé de una mayor riqueza de experiencias oro-sensoriales. Esto no sólo determina la aceptación posterior de alimentos de texturas más variadas, sino que provee una exposición inicial a la regla general de que los alimentos más densos contienen más calorías, enseñando al bebé las primeras pautas fisiológicas para determinar cuándo está saciado. Es así que más allá de la influencia sobre la variedad de la dieta, la lactancia materna fomenta la autorregulación del niño ante la ingesta calórica. En una lactancia materna a demanda es el bebé quién determina la cantidad ingerida, regulada por las señales fisiológicas de saciedad. Las curvas de crecimiento en un bebé amamantado difieren de las de los alimentados con fórmula, que tienen mayor tendencia al sobrepeso y mayor riesgo de obesidad infantil.
Los padres suelen preocuparse por las estrategias de iniciación de la alimentación complementaria para favorecer que a su niño le gusten los alimentos sanos y variados, en particular frutas y verduras; pero ya antes de esto puede ayudarse a que el niño tenga con mayor probabilidad una futura dieta sana, eligiendo la alimentación natural del recién nacido, la lactancia materna.
Hace poco leí una opinión del Dr. Jack Newman, que hacía referencia a la lactancia materna a nivel mundial, que decía:
“estoy cansado de que se diga que la leche de fórmula y la humana se parecen”
Pues eso, terminemos de desterrar de una vez la falsa creencia de que con leche artificial “crecen igual de bien”. Esto no es cierto ni al momento de la lactancia ni muchos años después. La lactancia materna sienta las bases para el futuro del niño, a nivel emocional, inmunológico y también nutricional.
Paula Varela Tomasco
Socia voluntaria de Sina y madre de Gael (20 meses).
Doctora en Tecnología de Alimentos, Investigadora Posdoctoral en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Especialista en propiedades físicas y sensoriales de los alimentos y su influencia en las preferencias.
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